Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

lunes, 22 de febrero de 2016

Llévame contigo.

Te odio.
Cuando miro tus ojos más negros que el peor cristal que se pueda pillar envenenándome todas las venas y viajando hasta mi corazón, parándolo en seco, para volver a empezar con la fuerza de un huracán.
Cuando mis ojos son el centro de ese huracán, mientras todo gira alrededor de mis retinas, mientras mis manos vuelan en pedazos con los trocitos de las estrellas que brillan más allá de tus pupilas.
Te odio.
Cuando me besas lento como si fuera lo único que quisieras hacer antes morir, entre los brazos de mi huracán que te arranca hasta el último aliento, como si se te acabara el tiempo y no te importara nada que no fueran mis besos, como si me quisieras como se quieren los demás.
Te odio.
Cuando olvidas que las luces que nos transportan son sólo luces pegadas a nuestros párpados con silicona y cocaína. Cuando me coges de la cintura y danzamos entre azules y negros, y me llevas a la Luna, y la puedo ver, y la acaricio, y es lo más suave y exquisito que jamás un mortal haya podido alcanzar a tocar.
Y la beso, y lloro, porque es demasiado para mis dedos. Demasiado para ser real.
Te odio.
Cuando te alejas, y me faltas, y desapareces de mi lado y es como si me quitarán un trozo de alma y de piel, sin avisarme. Como si dejarán mis costillas y mis miedos al aire, como quien deja la tapa del váter arriba.
Como sino importara más que un trozo de porcelana amarillenta.
Te odio.
Cuando te desangras mientras lo hacemos, y manchas mi euforia de miedo, mientras transformas mi pasión en ansiedad y mis besos en gritos sordos. Cuando tus ojos opacos se vuelven tan blancos como tu tabique, cuando te caes sin fuerza sobre mi pecho y lloro mientras me ahogas y me ahogo mientras lloras. Y me fumo un cigarro con mi último aliento mientras te acaricio ese aceite de Luna y droga que desprende tu piel, que se me pega en la mano como el pegamento.
Te odio cuando te alejas tanto de mí que apenas me queda el olor de tu pelo aceitoso en mis manos para poder recordar que estás a mi lado.
"No te vayas, no te mueras". Te susurro mientras todavía puedo hablar, unos segundos antes de quedarme afónica, de quedarme asmática, de desmayarme abrazándote, susurrándote que no te alejes más, que no te odio, que jamás te podría odiar.
Y si te vas tan lejos, por lo menos, llévame contigo.