Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

martes, 21 de abril de 2015

Espinas, serpientes y dementes.

Dejemos de llorarle nuestras penas al de arriba, dejemos de maquillarnos las lágrimas por las esquinas, quitémonos las mentiras y las puñaladas de la espalda.
No existe poder mágico, fuerza misteriosa ni ganas imperiosas que vayan a luchar por ti, por ese camino de baldosas amarillas que van hasta Oz. No existe una escalera hasta el cielo ni un precipicio hacia ninguna parte.
Dejemos de creer y creamos. 
Que lo único que vale es lo que hoy estás tocando.
Mi corazón bombea a veces, tan rápido, que siento que se me saldrá del pecho.
Mis penas se ahogan a veces, tan rápido, que me ahogo yo con ellas.
Mis alegrías se funden a veces, tan rápido, que me funden con la droga en ellas.
Mis pulmones se paran a veces, tan rápido, que me sabe el alma a tabaco.
Y lucho, porque creo y no creo, en que lo único que vale es lo que estoy viviendo, que lo único que sé es que nunca sabré que hay por encima ni por debajo de la vida. De esta vida tan jodida que nos ha tocado, que tus ojos cristalinos encristalizados se han perdido en mi ombligo.
Que lo único que sé es que nada de esto tiene sentido, pero tenía que decirlo.
Que ojalá podamos salir de esta espiral de espinas y serpientes. Y salgamos a querernos poco a poco. Primero nosotros y luego a otros.
Dejemos de llorar nuestras penas y acordémonos de las alegrías, de que hay días que merece la pena, la vida, digo.

Sólo quiero que te acuestes esta noche en mi cama.

Házmelo. Házmelo esta noche, como sino se lo hicieras a nadie más, házmelo tan fuerte que nunca puedas olvidarlo. Yo te arañaré tan fuerte que estropearé todos y cada uno de tus tatuajes, te morderé en tantos sitios que parecerás devorado por un apocalipsis zombie. No puedo pensar en estar sin ti sobre mí ni un sólo segundo. 
Tus ojos llenos de deseo me enloquecen, nuestras pieles se volverían una y se fundirían como un chocolate espeso. Esos ojos felices tan claros como el cielo me harán ver las estrellas.
Gritaré ¡Oh dios mío! Mientras me vuelvo creyente de una nueva religión en la que tú eres el profeta.
Házmelo, como sino hubieran otras, otros, como sino existiera un mañana sin un nosotros. 
El deseo se me sale por los poros, te bañaría en chocolate aunque engordara veinte kilos.
Eres tan jodidamente ácido como dulce, adictivo besarte y jugar con tu lengua.
El picor me pide más y el dulce me calma el picor.
Házmelo, no te olvides de esta noche, no te olvides de estos ojos que nunca dejarán de desearte. Olvida el resto de la oscuridad, tus largos dientes sedientos de sangre.
Quédate conmigo, como sino necesitaras estar con nadie. 
Sólo quiero que vengas esta noche por la ventana y te acuestes en mi cama.

miércoles, 15 de abril de 2015

Un único beso tuyo supera cualquier cama.

Tu lengua deja un sabor a deseo, aventura, chocolate con leche y licor de avellanas. Dulce y cálido.
Mi lengua se queda lamiendo el paladar durante minutos cada vez que dejamos de besarnos.
Lo recuerdo con tanto detalle porque apenas hace tres noches que soñé con tus besos. Me desperté con el sabor de tus labios y el olor de tu cuello, y mirando el móvil con la esperanza y el miedo de que tu hubieras soñado conmigo. 
Cuando leí tu nombre, el brillo de mis ojos iluminó la habitación pero la oscuridad de los tuyos me recordaron que estabas muy lejos, muy, muy lejos de mí.
Tan lejos, que los arañazos de mi espalda y los mordiscos de mis piernas ya no tienen tu firma, que tu tienes el cuello marcado con otro carmín y una caja de condones que siempre se acaba en el cajón donde yo guardaba mis bragas.
Encontramos sustitutos para nuestros platós privados y no me importa, porque los papeles de actores principales siempre serán para nosotros.
No digo que te quiera, sólo, que, tu voz me irradia de felicidad y bienestar. Y me consta que tú no me quieres. Pero me echas tanto de menos como yo a ti. No, no pienso en ti todos los días, quizás ni todas las semanas. Pero de verdad que te echo de menos. Sobre todo esa oportunidad perdida, eso que pudimos ser y no fuimos sin que nosotros pudiéramos decidirlo. 
Y puede ser algo cínico, leer tus mensajes sonriendo como si el corazón se me fuera a salir del pecho y bloquear el móvil para abrazar a otro que, ni eres tú, ni hace que sueñe con sus besos.
Pero lo nuestro nunca llegó a ser amor. Porque el universo nunca nos dejó querernos, y tú lo sabes. Sólo me envías mensajes cuando vuelves a estar solo y te acuerdas de aquellos ojos oscuros que podrías llegar a querer.
Y es que eres él.
El hombre del que podría querer algo más que una amistad o unos revolcones. El hombre, que me asusta, me da miedo y me acojona, porque eres ese hombre del que me podría enamorar. Los ojos oscuros con los que podría viajar hasta el fin del mundo sin pensarlo siquiera un segundo. Los labios que no me cansaría de besar. El hombre por el que no me daría miedo dejarlo todo, no me daría miedo quedarme abrazada junto a él sin más, quererle sin más y no estar con ningún otro.
Y por eso miro el móvil con miedo y esperanza.
Con el miedo, de volver a sentir algo, de darte ese poder, de algún día querernos, y con la esperanza, de que algún día el destino nos vuelva a dejar intentarlo. Y esta vez, nos deje el tiempo que nosotros queramos.
Y es que, aunque bese otros labios, aunque no sean tus caricias ni mis manos, sueño todavía contigo.
Sueño con volver a estar cerca de ti, y poder ir andando hasta tu casa, besarte, amarte y dormir.
Dormir junto a ti sin querer huir por la ventana a las cuatro de la madrugada.
Enamorarme de ti, y que te enamores de mi, y poder irnos, por fin.
A veces sueño contigo, recuerdo tus besos y te echo de menos. A veces sólo me duele saber que podría enamorarme de ti y no puedo. Y ojalá fueran tus besos los que me despertaran. Llámame cínica, llámame mala, pero recuerdo tus besos también con los suyos por las mañanas.