Cuento los días para una guerra, y tiemblo de expectación y de frío. Lloran en la calle los vagabundos, los transeúntes, los nómadas, los que han sido derrotados hasta antes de dejarles luchar.
Y mientras los demás lloramos y nos quejamos por el miedo a unirnos a sus fosas comunes. Y ellos se aprovechan de nuestro miedo, de nuestra falta de capacidad de reacción, nos paralizan anunciándonos más miedo, nos aterrorizan para que no hagamos nada.
Y por eso llevo dos días tan largos como dos semanas, esperando a la carta de reclutamiento obligatorio, sin saber por quién estoy luchando, quién tiene razones para una guerra.
¿Acaso existen razones para una guerra?
Pensé en ofrecerme al voluntario, pero se han saltado ese paso, y ahora lucharé en las trincheras con desconocidos pensando en los familiares que también están en la misma guerra.
No admito que tengo miedo, porque es mi obligación, defender a mi país, a mi bandera, a los míos, a los nuestros...
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