Todos tenemos algún secreto, hay muchos tipo de secretos...

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miércoles, 29 de octubre de 2014

Historias para antes de dormir.

Voy a contarte una historia que me pasó hace un tiempo, es una de esas historias que nunca me atreví a contar.
El primer recuerdo de aquellos días que tengo es subirme a un tren rojo, un tren que a medida que pasaba el tiempo, y sin que me diera cuenta hasta el final del trayecto, se iba encogiendo, subía hacia una montaña o una colina muy grande, tengo todos los recuerdos un poco mezclados como la ginebra con tónica, el trenecito se metió dentro de la montaña pequeña o de la colina grande, y todo se volvió oscuridad. 
En aquel momento me parecía normal, un tren pasando por un túnel, es lo que pasó después lo que me deja sin sueño.
Yo iba a una fiesta, a la celebración de algo que yo no celebraba, pero eso es otra historia.
Esperaba encontrarme qué sé yo, un montón de gente vestida de etiqueta, un fotógrafo y música en algún bonito lugar.
Pero cuando el tren pasó el túnel estábamos en un precipicio, unos centímetros más y podríamos caer reventando como melones, mi corazón se saltó dos latidos del miedo, y el tren frenó. 
El mar rodeaba lo que ahora era una isla y la única forma de volver era mediante el túnel en el que no cabía más que el pequeño tren rojo, pero el tren había parado.
Solo me quedaba ir hacia adelante.
Bajé el acantilado, las piernas se me derretían en cada paso como mantequilla al sol, pero seguía mirando hacia abajo y no hacia atrás, apoyándome en la pared agarrándome hasta que la montaña me mordiese en cada mano.
Había gente delante y detrás de mí, y había gente que seguía en el tren como un fantasma, como sino pudieran salir nunca de ahí, sentados inmóviles, a veces mirándonos, con los ojos negros y opacos. Y eso hacía que se me erizara la piel, y que me dieran ganas de correr cuesta abajo aún sabiendo que podía partirme el cuello.
Sentía que un montón de fantasmas me taladraban la nuca, sus voces se me metían en la cabeza, a veces sigo oyendo sus plegarias.
Llegué abajo, la isla parecía mucho más pequeña entonces, a desniveles, el resto eran rocas de cuatro o cinco metros ahí y allá.
No podía ver más porque la montaña detrás de mi y a mis costados de popa se había encargado de esconder lo que había detrás del túnel.
Me sentía un poco perdida hasta que vi la fiesta, pensé entonces que eran todo cosas mías, a veces le hecho demasiado baileys al café por las mañanas y me da mucha imaginación.
La fiesta era al aire libre, cuando llegué ya estaba terminando, había unas verjas que los protegían de las personas ajenas a la fiesta, personas por lo visto, como yo.
El gorila y el chimpancé de la puerta que no era puerta que era un maldito hueco en mitad de la verja me dijeron que no estaba en la lista. Sin buscar en ninguna lista.
Intenté gritarles desde las verjas, pero hacían como que no me oían, como si el fantasma fuera yo, como si ya no recordaran mi nombre.
Me enfade.
Tengo un pronto muy malo, y sus sonrisas de felicidad mientras me ignoraban, después de todo lo que habíamos pasado, después de todo lo que habíamos sido...
Esta parte no la recuerdo del todo bien...
Una de las personas que había fuera me dió de su petaca y en ese momento ni siquiera pensé que hacía tanta gente en el tren si lo único que había en la isla era esa estúpida fiesta a la que ninguno podía entrar.
Perdona, me estoy desviando.
El caso es que creo recordar que empecé a pegar a los monos de la puerta, me dieron una paliza bien bonita.
No tenían mucha técnica ni rapidez pero tenían fuerza y yo mala coordinación por culpa de la petaca.
Me quede esperando delante de la verja, mirando con odio hacia dentro.
Cuando, por alguna razón los demás empezaron a correr, un hombre vestido como un granjero moderno me dijo "Lárgate, vienen los nativos y están cabreados porque les hemos robado". Yo no había robado nada, pero eso no pareció importarles, vi una manada de gente en la otra punta de la pequeña isla, que no tengo ni idea de dónde cojones habían podido salir. Pero ahí estaban, sino lo llego a ver no lo creo.
Así que corrí en la misma dirección que el resto de pasajeros  del tren, nos topamos con el mar a los quince metros.
Me giré, los nativos no iban vestidos con pieles de animales, pero si llevaban armas por doquier, armas blancas y maderas afiladas, fuego, como cristianos persiguiendo a un aquelarre.
Tragué saliva. Y fui corriendo por las rocas de la isla, donde encontré un barco pesquero, en teoría, parecía más una canoa. Me subí y la saqué de las rocas remando como un cabrón, tres personas más vieron la oportunidad y subieron conmigo.
Olían a pis y a miedo.
Estuvimos remando y remando durante mucho tiempo, sin ver absolutamente nada, pero seguíamos escuchando los gritos de los nativos detrás nuestra, porque sí, ellos habían cogido una barca para seguirnos también.
Los brazos empezaban a quemarme, y el aliento se me secaba.
Puede que bebiera un poco para recobrar fuerzas, pero pasó, cuando la niebla lo empezó a cubrir todo, estaba sola en la barca. 
Creí oír a algunos tirarse al agua que estaba en proceso de congelación, los nativos ya no me seguían, dieron media vuelta, y me asusté. Pero seguí remando hacia delante.
La niebla se espeso tanto que había que apartarla con la mano y cuando empecé a ver...
Unas casitas de madera abandonadas en medio del mar, sobre unos pilares que tocaban el fondo llenos de vida marina, toda una ciudad hecha sobre pilares de madera separados entre sí, con un metro de distancia, todo era oscuro, tenebroso, frío.
Parecía un centro comercial, había maniquíes de porcelana, se reflejaban en la ventanas rotas, se veía dentro de las casetas toda clase de objetos punzantes, suaves, todos sucios y rotos.
Lo último que recuerdo es que gire la cabeza, y vi niebla detrás de mí, cuando volví a mirar a la ciudad fantasma sobre el mar, un maniquí de mujer de pelo negro se había evaporado, y empecé a oír voces.
Muy cerca de mí.


3 comentarios:

  1. Impactante. Eres buena es esto. Muy buena.

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  2. Me sigues encantando. Pero cada día más. He de recuperar mi magia, creo que se me olvidó en alguna parada de bus hacia ninguna parte. O puede que me quedara en ese tren. O que nunca lo cogiera. Sigue así, cariño.

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  3. Pitt muchas gracias, siempre me hace sonreír que piensen eso de mí pues es lo que intento.
    Lucía no has perdido ninguna magia has perdido la constancia, escribe y la magia volverá sola!

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